En todas las ciudades del mundo, los terminales de
buses no solo cumplen una función logística; son, muchas veces, la primera
impresión que recibe un visitante y a su vez, una infraestructura crítica que
sirve para la movilidad de miles de personas. Representan una puerta de entrada
al territorio, pero también una ventana que refleja cómo una comunidad cuida —o
descuida— su espacio público y su desarrollo urbano.
Diversos estudios de planificación urbana han
señalado que la calidad de los terminales de transporte influye directamente en
la percepción de seguridad, el acceso equitativo al transporte, la integración
intermodal y, por supuesto, en la dignidad del viaje para sus usuarios. En
ciudades intermedias como Osorno, contar con un rodoviario moderno y funcional
no es un lujo: es una necesidad estructural para fortalecer la conectividad, el
turismo, el comercio y la vida cotidiana.
Lamentablemente, en Osorno esta necesidad se ha
transformado en una deuda. El Terminal de Buses, construido en 1974, cumplió con
creces su ciclo de vida útil. Hoy, lo que vemos es un recinto deteriorado, con
arquitectura y diseño urbano superados, que probablemente no logra cumplir con
estándares básicos de comodidad y seguridad. Esta no es solo una crítica
estética: es una alerta sobre el abandono de una infraestructura esencial.
El problema no es nuevo. Desde fines de los años 90 que la
ciudadanía pide un nuevo terminal. Cinco licitaciones fallidas —en 2011, 2012,
2015, 2022 y 2024— dan cuenta de una estrategia que no ha funcionado: se sigue
apostando por un modelo en que el privado financie, construya y administre
mediante concesión. Sin embargo, si después de tantos intentos no hay interés
del sector privado, es hora de revisar profundamente el enfoque. Algo no se está haciendo bien.
El desarrollo urbano requiere una alianza entre el
sector público y privado, planificación técnica y visión de largo plazo. No
puede ser que Osorno, una ciudad clave en la macrozona sur austral, esté
perdiendo conectividad simplemente porque no se ha resuelto su acceso más
básico: su terminal de buses. De hecho, ya hay servicios interprovinciales que
están dejando de ingresar a la ciudad. Esto tendrá un impacto directo en la
movilidad, el turismo, y la percepción que proyectamos como ciudad.
Existen propuestas. Una alternativa razonable sería
construir un nuevo terminal en la zona de calle 18 de septiembre, junto al
Parque Chuyaca, lo que mejoraría significativamente el flujo de ingreso y
salida. El actual terminal podría quedar reservado para recorridos comunales,
descongestionando la operación central. Otra opción a explorar es el
financiamiento público directo, como se hizo con el Centro de Atención al
Vecino, que se levantó con recursos municipales. ¿Por qué no aplicar el mismo
modelo para una infraestructura aún más estratégica?
No se trata solo de construir un edificio bonito o
moderno. Se trata de recuperar el respeto por los usuarios del transporte
público, de ofrecer un espacio seguro, limpio y funcional, y de dar una señal
clara de que Osorno se toma en serio su crecimiento y su proyección regional.
Si como ciudad queremos atraer inversión, talento,
turismo y nuevas oportunidades, debemos empezar por lo básico: por nuestra carta de presentación. Un
nuevo terminal de buses no es un gasto; es una inversión en conectividad y
futuro.
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