Hoy en día hablar de sobrepeso y obesidad ya no se limita
a un tema exclusivamente médico, sino que abarca muchas áreas de nuestra
sociedad. Este efecto multicapa, que engloba el estado biopsicosocial del ser
humano, ha conllevado a numerosas consecuencias que pueden abarcar desde la
propia salud de la población hasta efectos en la configuración socioeconómica
de la misma.
Los resultados del reciente Mapa Nutricional de Chile
constituyen una radiografía y un llamado de atención sobre lo que ocurre con la
salud de nuestros niños y adolescentes, cuyas cifras que dejan una alerta en
nuestra región.
Sin embargo, ¿Por qué esto parece no alertar a nadie?
¿por qué los números no parecen mejorar aun cuando la información se encuentra
disponible? Algunos expertos pueden reconocer el descenso de algunos
indicadores en comparación con resultados anteriores, llegando a cifras
prepandémicas, un efecto que tiene toda lógica si entendemos que el periodo
postconfinamiento viene acompañado necesariamente de un aumento en la actividad
física. No obstante, es importante no olvidar el lenguaje epidemiológico frente
a una situación incómoda: no estamos bien. El 80% de los niños y adolescentes
con sobrepeso y obesidad serán obesos cuando sean adultos si no se realiza una
intervención clara y atingente a las necesidades de cada persona.
Hablar de actividad física y alimentación saludable
parece ser un anticuado cliché, probablemente infravalorado por sus propios
promotores al momento de traducir todo a recomendaciones y no a una intervención
sustentada desde la construcción de políticas públicas que reconozcan que el
sedentarismo es un evento que ya no cae únicamente en la falta de movimiento.
Los números son claros, un gran porcentaje de nuestra
población infantil (en la región) es vulnerable en cuanto a su salud; las
intervenciones más plausibles son aquellas que perduran gracias a la
configuración cultural y generacional de lo que es considerado correcto y
oportuno. Incluir a profesionales nutricionistas en establecimientos educacionales
parece ser una estrategia cada día más necesaria. En su rol como educadores de
la salud, un nutricionista en un colegio no será un actor pasivo ni mucho menos
reactivo ante una situación puntual, será el motor principal en la campaña de
concientización que abarca la educación alimentaria en todos los niveles, así
como en la gestión y administración de fuentes alimentarias propias de cada
establecimiento con el fin de intervenir no sólo a través del discurso, sino
también mediante la acción directa en atmósferas tan dominantes como es el
espacio académico de un niño, lugar donde pasa la mayor cantidad del tiempo
semanal.
Pero por favor, no olvidemos el papel de la actividad
física, es más influyente de lo que podemos imaginar. El trabajo aeróbico, como
trotar, tiene un impacto en el aumento de la eficiencia metabólica en la
utilización de grasas como fuente de energía. En otras palabras, la actividad
física es el motor que adapta a nuestro organismo para utilizar recursos que
nos ayuden a controlar nuestro estado nutricional.
Así como reconocemos la importancia de generar una
conciencia alimentaria, será necesario estimular la conciencia por el
movimiento; nuestro organismo, en su estado más esencial, está construido por y
para el movimiento, olvidarnos de ese pequeño detalle puede significar la
diferencia entre la salud y la enfermedad.
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