Por:
Daniel Silva J.
Académico
Lic. en Trabajo Social. UST.
Galicia
Stuardo R.
Directora
Lic. en Trabajo Social. UST.
La investigación en el
campo de las desigualdades se ha fortalecido notoriamente desde el retorno a la
democracia. Se han incorporado dimensiones anteriormente excluidas como el género,
el territorio y la etnicidad. El lugar que ocupan las variables
socio-ecológicas en la promoción de desigualdades aún es un problema emergente para
los estudios de pobreza en Chile.
Su interés principal está
en el rol que juegan ciertas industrias en la precarización y el
empobrecimiento de un territorio específico. Como ejemplo, podemos mencionar el
caso de la Comuna de San Juan de la Costa, donde el 75% de los terrenos
corresponde a plantación comercial de monocultivos como el pino o el
eucaliptus.
Algunas desventajas socioecológicas
asociadas a este tipo de industrias son la perdida de bosque nativo y con ellos
de plantas medicinales utilizadas en prácticas culturales, perdida de terrenos para
agricultura familiar, en definitiva, el deterioro de las condiciones de
existencia de las comunidades, no solo las indígenas, sino la de todos los
habitantes del territorio.
Para las comunidades
locales, estas anomalías podrían derivar en problemas sociales como la
precarización de formas de vida, migraciones forzadas, conflictos por el uso de
tierra y agua, disminución de empleos y el deterioro de paisajes de alto valor
histórico, cultural y natural.
Evitar el avance de
desigualdades socio-ecológicas supone pensar procesos de gobierno orientados a
la interdependencia y coordinación negociada entre los diversos estamentos de
gobierno y las organizaciones territoriales.
Aceptar una concepción de desarrollo local como ésta -a nuestro juicio-,
implica cuatro dimensiones mínimas. Una económica, vinculada a la creación,
acumulación y distribución de la riqueza. Una social y cultural, referida a la
calidad de vida, equidad e integración social. Una política, vinculada a la
gobernabilidad del territorio en base a un proyecto colectivo específico. Y una
ambiental, asociada a recursos naturales que se mantengan de manera
intergeneracional.
Las instituciones de
educación superior pueden responder a este desafío formando profesionales que
sean capaces de producir conocimiento para la intervención y transformación de territorios
afectados por desigualdades de sobrecarga ambiental. Urge revertir los “costos”
que brotan de un paradigma de desarrollo y crecimiento que se ha limitado a lo
económico.
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