La Navidad -del latín Nativitas (nacimiento)- es una
celebración fundamental del cristianismo. Sin embargo, es una fiesta esperada
por cristianos y no cristianos en la que indistintamente a sus creencias, el mundo
busca un tiempo de paz, de encuentro y felicidad para el espíritu humano.
Para
Aristóteles -filósofo griego- Dios es un motor inmóvil. Extraña manera de
definirlo, pero tiene cierta lógica: Dios es motor porque mueve todas las cosas
hacia un fin, pero es inmóvil porque no es movido por nada ni por nadie, se
mueve solito.
Si
bien, Aristóteles no celebró la Navidad porque nació 384 años antes de que en
Belén naciera el Niño Dios, de algún modo vivió su propia Navidad cuando afirmó
que “la esperanza es el sueño del
hombre despierto”. ¡Quién no ha mencionado alguna vez -para provecho
propio o ajeno- la frase “la esperanza
es lo último que se pierde!”
Si
hay una dimensión de la vida humana en la que la filosofía se entrecruza en su
reflexión con el sentido de la Navidad, es precisamente la condición futuriza
de hombres y mujeres. Es decir, la esperanza como un valor humano que proyecta
al futuro la ilusión del ser humano. La vida personal nos enseña que la
realidad de nuestra vida presente, tan llena de planes y propósitos, no tendría
ningún sentido si no pudiésemos proyectarnos hacia el futuro. No concebimos la
idea de aprender carpintería o de conocer a otra persona para que, de ante
mano, jamás se pueda crear un mueble o para que nunca nadie recuerde tu nombre.
Sin
la esperanza de que mañana sea posible la ilusión, los proyectos y los sueños
personales, nuestra vida presente sería lo más parecido a una llovizna que,
antes de caer en el jardín se evapora dejando la tierra estéril y
desolada. Por el contrario, no hay mayor regocijo para la vida humana que saber que
el futuro, aunque no existe hoy, es el “lugar” en el que hacemos realidad la
ilusión que tenemos en el presente.
En razón a la experiencia adquirida nuestra
ilusión tiene algo de realismo, pero, al fin y al cabo, es la imaginación lo
que nos permite seguir el ritmo de una vida humana incansablemente soñadora.
Soñar es esperar que aquello que parece
utópico se haga realidad en un futuro inmediato o cercano. Soñar es avivar la
esperanza en medio de una sociedad que en ocasiones minusvalora al soñador,
como pensó Oscar Wilde al afirmar que
"la sociedad perdona a veces al
criminal, pero no perdona nunca al soñador".
El espíritu de la Navidad si a algo enseña es a soñar con esperanza.
William Faulkner añade que “no podrás
nadar hacia nuevos horizontes si no tienes el valor de perder de vista la costa”.
Tiene razón, sin valentía y fortaleza los sueños se evaporan en buenas
intenciones.
Pero, hay algo más. La Navidad nos muestra que en la simplicidad del
pesebre se halla el camino, la verdad y la vida. Experimentar esta simplicidad
da garantías para aventurarse a nuevos horizontes con la esperanza de no caer
en la desilusión.
La no Navidad no está en las dificultades o sacrificios propios de una
nueva aventura, sino en la desazón de no creer en sí mismo y desconfiar en el
espíritu que anima la Navidad. ¡Feliz Navidad!
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