Cada año, el tercer jueves del mes de noviembre se conmemora el día
internacional de la filosofía. A nadie sorprende que para diseñar el trazado de
una autopista o edificar los cimientos de un imponente edificio, no se llama a
un filósofo, sino más bien a un calculista, un ingeniero o un arquitecto.
Caminar por nuestras ciudades es reconocer en cada esquina la mano y el ingenio
de estos profesionales.
Pero, si la filosofía no sirve para urbanizar ciudades ni facilita el
desplazamiento a través de calles y carreteras ¿para qué sirve? La importancia
del razonamiento filosófico radica en el estímulo del pensamiento crítico. Pero ¿es importante
pensar críticamente en una ciudad? La pregunta parece estar de sobra y nadie se
atrevería a negar su valor. Sin el pensamiento crítico no es posible pensar
adecuadamente y algo más grave aún, no es posible pensar por uno mismo. Cuando
esto ocurre surgen de súbito ideas o individuos dispuestos a pensar por
nosotros.
Pensar críticamente es un proceso mental que,
guiado por un razonamiento y un análisis acerca de un tema o una situación
particular, permite ordenar las ideas con el propósito de comprender
personalmente el significado real de las cosas.
En el pensamiento crítico son más importantes las
preguntas que las respuestas, pues éstas no nacen de la pura ignorancia; no es
cuestionable algo que se desconoce por completo. Preguntar nos sitúa en un
plano superior. Ubicados en ese lugar nos cuestionamos acerca de lo ya conocido,
acerca de lo que experimentamos como una “dulce” rutina, pero que jamás hemos
pensado que tal vez podría ser una rutina diferente.
El filósofo (el que piensa) también participa de la
ciudad cuando se pregunta por el valor de sus monumentos y tradiciones o cuando
se cuestiona por la destrucción, el abandono o la violencia de sus
calles. “Hacer preguntas es prueba de que se piensa”, dijo
el poeta hindú R. Tagore.
Reconocer esta realidad
implica honestidad intelectual que sitúa a los humanos por encima de los
animales, ya que éstos sólo pueden “conocer” aquello que tiene una relevancia
biológica o instintiva, nada más. En cambio, hombres y mujeres, tenemos una
necesidad innata de conocer el mundo para interpretarlo y dotarlo de sentido y,
esto incluye, por supuesto, la creación de ciudades confortables, razonables y
más humanas que promuevan el pensamiento y la felicidad de sus habitantes.
Por ello, quien piensa no vive ajeno, sino inmerso
en lo que sucede y en lo que debe suceder en la ciudad. La razón de semejante
necesidad tiene una explicación básica: no queremos vivir engañados sino
atentos a distinguir la realidad de la fantasía.
Paradójicamente -a pesar de esta “necesidad
innata”- a veces creemos “pensar” cuando, en realidad, nos engañamos a nosotros
mismos. Esto sucede en nuestros días particularmente en quienes eligen asumir
ideas o actos por el solo hecho de ser menos exigentes; otros prefieren seguir
sin más las pulsaciones de sus propias emociones o caprichos del momento.
Con más frecuencia de lo esperado hallamos
individuos que consumen las mejores energías de la vida en discusiones
triviales, pequeñas e intrascendentes y olvidan las esenciales porque implica
el arduo trabajo de pensar lógicamente. W. Churchill en su estilo
característico lo explica: “La principal diferencia entre
los humanos y los animales es que los animales nunca permitirían que los lidere
el más estúpido de la manada”.
0 Comentarios