Estamos en Semana Santa. Es la última semana de vida de Jesús según se nos narra en los evangelios. De ahí que esta semana tiene una importancia extraordinaria para los cristianos. 

 

Se trata de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Y al hablar de pasión, entendámosla en dos sentidos al menos: pasión como sufrimiento y también en el sentido de aquel entusiasmo, compromiso, entrega por algo, alguien. Esto nos puede ayudar a comprender que no podemos vivir esta semana sin tener a la vista toda la vida de Jesús y aquello por lo que vivió apasionado, con quienes se reunía, a quienes expresó su cercanía, sanación, mirada, palabra... a quienes confrontó.

 

Sabemos que su pasión era el Reino de Dios que se manifiesta en lo simple, lo periférico (como lo es su entrada, montado en un burrito a Jerusalén) y su enseñanza es su actuar. Eso, podríamos decir, para nada le fue fácil. En sus tiempos el poder político y religioso estaba bien mezclados y hasta coludidos. Puso en duda muchas prácticas, cuestionó el modo de liderar, visibilizar a los marginados, su manera de vincularse con las mujeres, etc tuvo la consecuencia que conocemos, su muerte. Lo que sigue lo conocemos. Queda la tarea de, ayudados por la Gracia, comprenderlo y vivirlo.

 

Y hoy en día, ¿qué te apasiona? ¿Qué valor o principio te es irrenunciable? ¿Cómo podemos imaginar que Jesús se hace presente en esta situación compleja de la pandemia que nos toca vivir?

 

Finalmente, permanezcamos unidos en oración hecha desde el corazón y las buenas intenciones esta Semana Santa. Animémonos a unirnos a espacios en que las liturgias se transmiten por diversos medios. Que tu casa sea ese templo que Dios visite cada día.