Quiero
compartir con el público una reflexión sobre una palabra recientemente acuñada
en la Real Academia Española, la palabra en cuestión es Aporofobia,
cuyo significado corresponde al rechazo o aversión al pobre. El que aparentemente no tiene nada que entregar
en esta sociedad construida sobre el contrato político, económico y social.
En este mundo
globalizado el éxodo de los inmigrantes económicos y de los refugiados
políticos es uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos en la
actualidad en todo el planeta.
El flujo de
inmigrantes económicos, que abandonan su país de origen buscando un trabajo o
una mejor vida, se ha incrementado exponencialmente debido a las condiciones de
miseria con que se encuentran sobre todo en los países de África y América
Latina en general y Centroamérica. Muchos de estos inmigrantes también van a
Europa y Norteamérica buscando mejores horizontes. En Europa, las críticas a
Ángela Merkel de parte de los socialdemócratas, el rechazo de Cameron en su
momento, el increíble ascenso del frente Nacional en Francia o el incremento
del populismo de derecha en Austria, Hungría y Polonia, son síntomas de un
claro debilitamiento de la supuesta (¿histórica?) solidaridad europea.
El egoísmo
inhumano es el que prima. Donald Trump construye un muro para impedir el
ingreso de mexicanos y centroamericanos.
Lo que a la élite norteamericana le molesta y por ello se construye el
muro, no son los centroamericanos ricos, ni los empresarios mexicanos, sino los
pobres, es molesta el ingreso de los inmigrantes pobres, indocumentados y
analfabetos, pero no de los ricos.
Otro
ejemplo. Antes de la pandemia, los
españoles, recibían 80 millones de turistas y eran felices porque les dejaban
divisas tanto para el sector privado como para las arcas fiscales. Pero siempre les ha molestado el ingreso de
africanos tales como argelinos, cameruneses o marroquíes, entre otros
tercermundistas que llegan como refugiados de guerra, políticos o buscando un
mejor futuro.
Pero hay un
proceso histórico, la construcción de esa sociedad cosmopolita, en verdad,
tiene su raíz en el sueño de los griegos estoicos, que se saben a la vez
ciudadanos de su país y ciudadanos del mundo.
Esta tendencia, luego, pasa por el cristianismo, se cristaliza en la
Ilustración, y es uno de los grandes retos de nuestros tiempos.
En Chile la
situación con los inmigrantes no es tan distinta mejor. Si somos honesto y no hipócritas, tendremos
que reconocer que a muchos les molesta la llegada de haitianos, por dos razones
principalmente. Primero, porque
provienen de un país pobre. En segundo lugar, por el color de su piel. No nos molestan los venezolanos o
colombianos. Pero si nos molesta su
pobreza. ¿Dónde quedó ese país hospitalario?
Esto me
recuerda un hecho que sucedió el 6 de noviembre del 2004 con la ley 19.979, que
modifica el régimen de jornada Escolar completa Diurna. En ese cuerpo legal en
el Artículo 6° se establecía que, “…al menos un 15% de los alumnos de los
establecimientos de los colegios particulares subvencionados debería pertenecer
al 40% más vulnerables de la población”.
Lo que subyace tras esta afirmación es que los sostenedores de esos
colegios rechazaban a los pobres, porque simplemente les molestaba la presencia
de ellos en los colegios.
A propósito, la
derecha chilena recurrió al Tribunal Constitucional que consideró
inconstitucional el referido Artículo 6°, pero a que parecía un proyecto
adecuado, pues permitía la integración a un sistema tan segregador como el
nuestro.
Pero, qué es lo
que puede estar detrás de todas estas maniobras políticas. Según Adela Cortina, es algo que se llama
“Aporofobia”. Es decir, el rechazo al
pobre. En un mundo construido sobre el
contrato político, económico y social, los pobres parecen quebrar el juego de
dar y recibir. Por eso prospera la
tendencia a excluirlos. Es el pobre el
que molesta. Incluso el pobre de la
propia familia.
La aporofobia,
hay que decirlo claramente, es un atentado diario contra la dignidad y el
bienestar de las personas. Y contra la
democracia. De hecho, lo que pasó en el
2004, con la referida ley 19.979 es que todos los colegios particulares
subvencionados se negaron y recurrieron a esa derecha “recalcitrante” siempre
dispuesta a defender los intereses de los poderosos, del burgués achanchado,
adoradores del Buda del dinero.
La ideología de
la hipocresía es la que prevalece con una visión deformada de la realidad, que
permite al grupo bien situado, fortalecer esa supuesta “superioridad
estructural” y todavía, que se obliga a mantener la identidad subordinada de
las víctimas.
A mi juicio, es
fundamental, fortalecer el camino para superar los delitos y los discursos del
odio, del racismo, de la intolerancia.
Con esto se permite la construcción de la igualdad que debe
implementarse desde la educación formal e informal y desde la conformación de
instituciones políticas y económicas que se enfoquen en la acción concreta del
día, tratando de erradicar la pobreza, reduciendo las desigualdades y
cultivando un sentimiento colectivo de dignidad para toda la sociedad
La pobreza es
carencia de los medios necesarios para sobrevivir. Pero no solo eso. El economista, Amartya Sen,
señala que, “la pobreza es la falta de libertad y la imposibilidad de llevar
acabo los planes de vida que toda persona valora para construir su propio
proyecto”. Todo esto se traduce en el
verdadero drama de la pobreza extrema, el hambre y la indefensión de los
vulnerables, de los millones de muertes prematuras y de enfermedades sin
atención.
En Chile
tenemos 2 millones de pobres de acuerdo con la encuesta CASEN por ingreso. Este
debe ser nuestro primer objetivo de política pública. Educar para nuestro
tiempo, exige formar ciudadanos respetuosos y compasivos, capaces de asumir la
perspectiva de los que sufren, pero sobre todo de comprometerse con ellos.
Por eso, el
filósofo Emanuel Levinas llega a decir que, “El hombre es ante todo ser con los
demás, con otros con los que se relaciona y ante los que tiene responsabilidad,
la responsabilidad por el otro es la estructura misma que le construye como
sujeto, lo que lo hace ser humano”. En
efecto, la ética de la corresponsabilidad, exige gestionar las condiciones
jurídicas y políticas actuales desde el reconocimiento compasivo, orientado a
la construcción de una sociedad cosmopolita y sin exclusiones.
“No os olvides de la hospitalidad: Gracias a
ella hospedaron algunos, sin saberlo, a Ángeles” (San
Pablo dirigido a los hebreos).
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